Cuando el corazón llora
por lo que ha perdido, el Profundo sonríe
por lo que ha encontrado. Dicho
Sufí.
Autor: José María Doria
http://www.escuelatranspersonal.com/
¿Nos ha dado pena esa pérdida?,
¿ha finalizado la relación con una persona amada?, ¿ha desparecido alguna cosa
muy simbólica?, ¿últimamente la vida pasa monótona, sin todavía vivenciar eso
que uno anhela?, ¿acaso la salud nos ha dado un “aviso”? ¿tal vez la economía
flaquea?, ¿acaso han herido nuestro ego?, ¿o bien es la rabia y la impotencia
acompañadas de oscuros deseos de venganza?
Si miramos hacia atrás en
nuestra vida y observamos la de aquellos que nos rodean, sabremos muy bien que
ésta es un rosario en el que las risas se alternan con las lágrimas. Uno
también intuye que toda experiencia por dolorosa que sea, trae envuelta
enseñanzas insospechadas. La evolución como rueda de molino, refina y sutiliza
a las personas y a las cosas. ¿Por qué nos duele tanto la pérdida? La respuesta
señala a nuestro yo que se confunde e identifica con eso que se
va, generando una sensación que nos fragmenta. En realidad, somos mucho más que
nuestras partes. Nuestra existencia tiene otro alcance y la capacidad de crecer
internamente es ilimitada.
Todos sabemos que cuando uno
sufre, de poco sirve decirle que hasta la pérdida más dolorosa es una vivencia
que madura el alma. Sin embargo, cuando uno recuerda que puede observar su
dolor y comprender que éste es pasajero porque se trata tan sólo de la otra
cara de la moneda, la tensión afloja y asoma un rayo de esperanza. Uno sabe que
si acepta lo que duele, si acepta que el dolor forme parte del gran juego,
sucederá que la tormenta se apacigua y uno se libera. Cuando sufrimos un
desgarro por la pérdida nos tornamos más sensibles al tiempo que disolvemos
formas ilusorias. Más tarde, sentimos el corazón expandido y miramos la vida
con otras gafas.
¿Acaso alguien todavía duda que
tras la noche oscura no tarda en llegar el alba?
¿Sabemos ya que tras el llanto
de la pérdida, se oye la suave alegría de las nuevas llegadas?
El dolor es transitorio, siempre
pasó de largo dejándonos el pecho sin corazas. En realidad, el dolor es un
“cohete” hacia el Espíritu que abre nuestra sensibilidad y revela el sentido
último de la existencia. El dolor prepara silencioso el estallido del amor
escondido que uno guarda.
Si hay dolor, aceptémoslo y recordemos
que no hay errores, ni castigos, ni siquiera culpas, tan sólo aprendizajes y
crecimientos del alma. En el fondo, y mientras su influencia pasa, uno resiste
afirmado en sus valores, y desde ahí, siempre gana. No hay culpables, tan sólo
conductas y programas. No pensemos que el Universo es un lugar diseñado para
sufrir en nombre de las pérdidas. Tenemos derecho a ser felices y, si el dolor
llama a la puerta y ocupa temporalmente la morada, tengamos en cuenta que la
Vida florecerá exquisita en lo más hondo de nuestra esencia.
Tal vez en plena confusión, uno
no se da cuenta de lo que realmente pasa. Sin embargo, sabemos muy dentro, que
tras la película dolorosa viene algo maravilloso que sentimos merecer por el
simple hecho de darnos cuenta. Se trata de un milagro que se acerca
veloz a nuestras vidas pero, ahora, de forma diferente y renovada. No se trata
de “más de lo mismo” y, sin embargo, es justo aquello que nuestro Ser Interno,
aunque no lo creamos, anhela y demanda. Confiemos. Dejémonos fluir y resbalar
por las cascadas de la vida cotidiana. En realidad, mientras aceptamos, sabemos
que ya llegan goces más profundos que abrazan nuestro
pecho y hacen vibrar a nuestra alma.
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