Mazos: Enchanted Tarot y Gendron Tarot
La alegría compartida es doble alegría. El dolor compartido es medio dolor. Tiedge
Cuando éramos niños, ¿quién de nosotros no corrió a contar a papá y mamá que había ganado una medalla? y ¿quién no guarda como un tesoro esa noticia dichosa que arde en deseos de compartir al llegar a casa? Sin duda, alegrías que nos hacen felices y que, al compartirlas con nuestros seres queridos, las vemos insólitamente multiplicadas. Cuando la alegría nos llena exclamamos: ¡Soy feliz! ¡Desearía tanto que todos fuesen felices! ¡Que todos mis amigos lo sepan!
Pero en el otro platillo de la balanza, ¿qué sucede con el dolor?, ¿quién no ha sentido alivio al compartir su duelo? Sabemos que expresar los sentimientos de las múltiples pérdidas que acompañan nuestra vida, alivia el dolor y cicatriza las heridas del alma. ¿Por qué lloras? ¡Cuéntame!
Compartir el dolor no significa quejarse. Conviene saber que, mientras el hecho del desahogo descontrae tensiones y disuelve la crispación interna, la queja, por el contrario, debilita al que la ejerce y hace descender el nivel inmunológico del sistema. La queja conlleva una actitud de dependencia y victimismo que, si se practica y no se corrige, corre el riesgo de hacerse crónica. En realidad, la queja encubre devaluación y negación de la propia capacidad para resolver los problemas. La queja solicita, sutil y manipuladoramente, un apoyo ajeno basado en la pena y en la dependencia. Todo un virus mental que además de no resolver nada, debilita el cuerpo y el alma. Compartir el dolor con sinceridad y sin asomo de queja supone responsabilizarnos de nuestra vida y afirmarnos en la superación de los problemas.
Expresar el dolor es hacer aflorar la vulnerabilidad y la consiguiente grandeza que nuestra humanidad conlleva. Compartir los momentos oscuros supone enfrentar realidades internas que, en otro momento, nos habrían parecido poco “comerciales” para nuestra imagen en venta. El “desahogo” nada pide, tan sólo solicita atención y escucha para poder convertir en palabras los oscuros sentimientos de confusión y congoja. Uno sabe que conforme más capaz se es de nombrar el dolor, más control se tiene sobre la raíz de las propias penas. Es por ello que conforme se comparte dicho sentimiento se retoma la perspectiva y se ordenan las ideas en nuestra cabeza. De nuevo, recuperamos la distancia del espectador pleno de desapego y calma.
El verdadero crecimiento supone superar el narcisismo que nos convierte en el centro dramático de nuestras vidas. El ser humano es tan sociable por naturaleza que cuanto mayor sea el nivel de comunicación, mejor será el aprendizaje y el desarrollo de sus facultades plenas. En realidad, el Universo es un conjunto de relaciones entre átomos, planetas, estrellas y personas. Una danza de infinitas partículas que tejen la gran malla de la Realidad que como red holográfica, vibra en el gran juego de las interdependencias.
Cuando uno se siente feliz, puede optar por ofrecer al Cielo su propia dicha permitiendo que los campos de energía se expandan por el Planeta. Tal vez, se nos ocurra pensar que nuestra oleada de paz está llegando allí donde alguien asolado pueda recibir una suave caricia en su cara. ¿Acaso hay mayor satisfacción que regalar nuestra alegría de manera anónima? Y por el contrario, cuando uno siente el dolor nacido por la propia sacudida del alma, puede levantar la mirada al Universo y optar por respirar durante unos minutos. Respirar profundamente mientras todas las estrellas son conscientes de que el dolor que llegó... ya pasa.